Carlos Pérez Barranco
Me imagino que la mayoría de los que participamos en alguna de las manifestaciones que tuvieron lugar el pasado domingo 15 de mayo, pensaba que íbamos a repetir como tantas veces la familiar experiencia de desfilar por las calles por una causa justa para volver a casa con la sensación de haber participado en algo necesario pero en cierta manera estéril.
Pero esta vez fue diferente. A pesar de que se trataba poco más que de una “autoconvocatoria”, gestada semanas antes desde las redes sociales por una difusa coordinación de personas llamada “Democracia Real Ya”, totalmente ajena a los sindicatos, movimientos y organizaciones habituales, y totalmente silenciada por los medios de comunicación corporativos, centenares de miles de personas saltaron a las calles de 50 ciudades españolas una semana antes de las elecciones autonómicas y municipales para clamar contra el dominio del dinero sobre las personas y rechazar un sistema político sometido sin paliativos a los dictados de las élites económicas y financieras globales.
Además, en el terreno de las sensaciones, mucha gente percibimos la presencia de una inmensa mayoría de caras desconocidas y la ausencia de banderas y siglas de organizaciones políticas, por un lado, y una energía y una creatividad totalmente inédita en el escenario de la protesta política en los últimos decenios. Había un sentimiento de “desbordamiento” del guión clásico de una manifestación, y tanto impulso en ese acto, que tenía que canalizarse y transformarse en algo más allá. Así llegó de una manera natural la desobediencia civil en forma de ocupaciones de las plazas, primero en la Puerta del Sol, en Madrid, y en las noches siguientes en prácticamente todas las ciudades españolas. Estas acampadas en las plazas se mantuvieron más allá de las elecciones locales y a pesar de prohibiciones explícitas de los organismos electorales hasta prácticamente los primeros días del mes de julio.
A pesar de su inesperada irrupción por debajo de los radares de los principales actores políticos españoles, el “movimiento 15M”, como se dio en llamar (o de los “indignados”, como lo etiquetaron banalmente los medios de comunicación), existe un hilo rojo que lo enlaza con recientes acontecimientos sociales de los últimos años. A escala internacional y en lo más inmediato, evidentemente muchas gentes del 15M recibieron la inspiración de las revueltas sociales de la “primavera árabe” y de las protestas de la población de Islandia contra las recetas de ajuste que preparaban sus elites políticas, y un más atrás en el tiempo, con la aparición del movimiento contra la globalización económica y su uso de internet para coordinarse y articularse internacionalmente. En el plano doméstico, el 15M entronca por un lado con la legitimación de la desobediencia civil que han hecho movimientos sociales como el de insumisión al servicio militar o el de ocupaciones, y por otro con las diversas expresiones de protestas que se han apropiado de internet, las redes sociales y las nuevas tecnologías para organizarse, entre las que citaría como por ejemplo las cadenas de SMS que en la víspera de las elecciones generales de 2004 llevaron a decenas de miles de personas frente a las sedes del Partido Popular para que terminara la mentirosa versión del gobierno de Aznar de que los atentados de Madrid fueron obra de ETA, el movimiento “V de Vivienda” de 2007, el movimiento estudiantil de protesta contra el “plan Bolonia” de implantación del Espacio Europeo de Enseñanza Superior, o las acciones de desobediencia civil electrónica lanzadas por los colectivos de internautas “anonymous” contra la llamada “ley Sinde” que pretendía cerrar las páginas web de intercambio de archivos y asfixiar así la cultura libre en internet (imitación local de las acciones contra Paypal y Visa por el estrangulamiento económico de Wikileaks)
La eclosión del 15M ha supuesto también el punto máximo de un siempre creciente pero difuso hasta entonces malestar social, especialmente debido a la cada vez más evidente indiferencia de las élites políticas respecto a la voluntad mayoritaria y su sometimiento a las recetas financieras y a los intereses de los hiperpoderes militares (“ley Sinde”, participación española en la guerra de Libia, recetas de ajuste estructural y recortes, etc.)
En lo que la mayoría de los análisis coinciden es que el movimiento 15M se ha convertido en un actor político a la misma altura que partidos y sindicatos, y su aparición en escena ha puesto fin a una etapa de décadas de sumisión de la ciudadanía y ha supuesto la apertura de un ciclo de protesta social y un cambio de paradigma en cuanto al papel de la sociedad frente a los durísimos ataques contra los derechos sociales y políticos históricamente conquistados.
Pero no se queda en eso solamente la importancia del 15M. El movimiento ha mostrado desde los primeros momentos una fuerte originalidad respecto a las organizaciones políticas tradicionales e incluso a los movimientos sociales previos.
En primer lugar, lo más evidente es su fuerte heterogeneidad y multiplicidad de voces, su naturaleza contradictoria, como no podía ser de otra manera pues refleja con mucha fidelidad la sociedad en la que está fuertemente arraigado. El 15M ha sabido emplear esta multiplicidad como una de sus fortalezas, convirtiéndola en una de las fuentes de sus impresionantes capacidad creativa e inteligencia colectiva, gracias en parte a que ha abordado problemas concretos y no se ha perdido en debates o abstracciones puramente ideológicas.
Además, el movimiento 15M ha sido un claro ejemplo del potencial de la autoorganización social. El rechazo a vincularse con cualquier partido político, sindicato u otro tipo de organización, no se ha limitado sólo al plano formal. Incluso aunque miembros de estas organizaciones han formado parte del 15M desde el principio, dentro del movimiento ha existido un rechazo a las “etiquetas” políticas tradicionales en el funcionamiento interno. Aunque en el 15M participan anarquistas, comunistas, gentes pertenecientes a las bases de sindicatos y partidos políticos, miembros de ONGs, feministas, ecologistas, o simplemente personas hartas del funcionamiento de la política, el movimiento ha conseguido fundar una identidad nueva como “miembros del 15M”.
Junto a ello, el 15M ha exhibido algunas características de influencia anarquista, como por ejemplo la horizontalidad organizativa, la inclusividad, el rechazo a reconocer líderes carismáticos o dejarse representar por caras visibles o personajes famosos. El asamblearismo que ha exhibido orgullosamente el movimiento como una de sus señas de identidad ha podido verse en las acampadas, muchas veces con más voluntad que acierto por carecer de las herramientas de funcionamiento adecuadas, en las innumerables asambleas, reuniones y comisiones de trabajo que han tenido durante meses. Está ebullición de espacios de participación horizontal y democracia directa han sido quizás una de sus aportaciones trascendentales, porque ha sido en la práctica espacios de socialización y formación política para muchísimas personas que entraban en contacto por primera vez con lo colectivo porque hasta ese momento no habían confiado lo suficiente en las propuestas de los movimientos y las organizaciones preexistentes.
Pero seguramente uno de los rasgos más fascinantes y originales del movimiento 15M es su carácter mutante, la rapidez con que se transforma y deja obsoletas las estructuras que acaba de generar. La convocatoria de “Democracia Real Ya” en mayo, dio paso a un movimiento “Toma la plaza” de ocupación del espacio público en forma de acampadas en plazas, que intentó dotarse de asambleas generales centrales y comisiones temáticas, para dar paso pocas semanas después a asambleas descentralizadas sobre todo en los barrios de las ciudades grandes y en los pueblos. Actualmente, además de haberle pasado el testigo a un movimiento global desde la convocatoria mundial del pasado 15 de octubre y de haber contagiado el amplio movimiento “Occupy” en EEUU, el 15M parece haber entregado casi toda su energía a luchas concretas como la red de la “Plataforma de Afectados por las Hipotecas”, que mediante la acción directa noviolenta intenta evitar que las personas que se han visto endeudadas hasta no poder pagar la hipoteca de sus casas sean desalojados por la policía de sus viviendas, o las movilizaciones contra la privatización y los recortes en educación y sanidad. Aunque en muchos sitios parece encontrarse ahora en una fase de letargo, en varias ciudades como Barcelona, Cádiz, o Barcelona se están llevando a cabo ocupaciones de edificios abandonados para realojar a las familias desalojadas de sus viviendas por los bancos.
Todas estas mutaciones del movimiento tienen que ver con su naturaleza dual. No solamente es que el 15M sea la cristalización en el mundo “real” de algo que empezó gestándose en redes sociales como Facebook o Twitter, sino que esa cara “virtual” ha seguido siendo un terreno de acciones y de formación de consensos sobre la organización y la acción. El 15M es otro ejemplo más de cómo es posible colonizar, reapropiarse y politizar herramientas concebidas en principio para fines corporativos, encontrarse, formar “enjambres” y construir dialogada y horizontalmente. Esta capacidad de “replegarse” a las redes sociales y construir desde allí es por un lado una de sus mayores fortalezas, ya que le ha servido para desarticular las campañas de criminalización que han lanzado medios de comunicación corporativos y los poderes políticos que ha sufrido, cuando han visto que los intentos de “domesticación” y banalización no daban resultados. Por ejemplo la campaña lanzada con motivo del masivo bloqueo noviolento de las entradas al Parlamento autonómico catalán, en Barcelona, en el que se iban a aprobar los fuertes recortes sociales en el sistema sanitario catalán. Ante la campaña de criminalización, que quería presentar esta acción como un ataque totalitario a las instituciones, el movimiento hizo circular imágenes de agentes de policía infiltrados en las concentraciones implicados en escenas de enfrentamiento con los agentes antidisturbios. Los resultados de estas campañas han sido escasos, a la vista del aumento del apoyo popular al movimiento tras esta acción. El movimiento 15M es en ese sentido un “movimiento 2.0”, mejor adaptado a las nuevas formas de comunicación de la sociedad-red en la que vivimos que otras experiencias de lucha previas. Y esta faceta es seguramente una de las razones de la fuerte incomprensión y desconfianza ha despertado en ciertos sectores de la izquierda tradicional y los movimientos sociales, siempre oscilando entre la arrogancia, el paternalismo y la condescendencia en su relación con el movimiento, que en algunos casos han llegado incluso a difundir explicaciones conspirativas sobre el origen del 15M.
Para el final de este texto queda hablar de uno de los rasgos identitarios más importantes del 15M, de especial interés para antimilitaristas, pacifistas y resistentes a la guerra en general. Se trata de su adhesión incondicional y explícita a la noviolencia, por un lado, y la aceptación casi de manera obvia de la desobediencia civil como una herramienta legítima y posible. La noviolencia del 15M ha sido aceptada de manera indiscutible como parte de la identidad del movimiento desde los primeros días. Aunque puede que esta ausencia de debate haya tenido la desventaja de que la versión de la noviolencia que maneja el 15M equivalga casi siempre simplemente a “no agresión” o incluso a no generar situaciones “tensas” en los actos de calle. Es decir, esa aceptación natural ha hecho que la versión predominante de la noviolencia sea una bastante superficial y banalizada, pues de otra manera no puede entenderse como el movimiento no ha presentado un perfil duro de crítica radical a las instituciones de la violencia, como por ejemplo el ejército o la policía. En esas temáticas, en el 15M solamente hay consensos amplios en el rechazo del volumen inmenso de los gastos militares y el comercio de armas —más por su comparación con los devastados presupuestos sociales que porque estos gastos sostengan la maquinaria de la violencia, y la crítica del intervencionismo militar de los ejércitos, como en el caso de la guerra de Libia. En escasos textos desde dentro se han tenido en cuenta las dimensiones “profundas” de la acción y organización noviolenta, como la coherencia entre fines y medios, la distinción entre persona y rol social, entre legalidad y legitimidad, el uso de la represión para minar la legitimidad del represor, la construcción de instituciones alternativas o la crítica de las instituciones de la violencia y de la violencia estructural como violencia primera generadora de las demás. Sin embargo, hay que reconocer que todas estas dimensiones, excepto quizás la última, han estado presentes implícitamente casi siempre en las acciones y organización del movimiento. También hay que señalar a favor de la solidez de la noviolencia del 15M que hasta en los momentos álgidos de represión policial todas las personas que se han visto envueltas en ella, como por ejemplo las durísimas cargas de los agentes antidisturbios de la policía autonómica catalana el 27 de mayo en la Pl. de Catalunya de Barcelona para intentar desalojar la acampada. Estos sucesos erosionaron fuertemente la imagen del gobierno catalán y su policía porque en las retinas de los espectadores de medio mundo quedaron unas imágenes “puras”, de violentos policías ensañándose con manifestantes pacíficos sentados en el suelo.
En cuanto a la desobediencia civil, el movimiento ha mostrado una aceptación de esta forma de acción política aunque muchas veces solamente en el plano de las declaraciones y de manera algo timorata y precavida en exceso. Una buena parte del movimiento ha mostrado fuertes reticencias a profundizar en ello desde el principio, alegando que esto podría erosionar la base social y las simpatías que recibe de buena parte de la sociedad. Es un argumento bastante sorprendente, tendiendo en cuenta que ha sido precisamente la desobediencia civil la herramienta que ha usado el 15M para presentarse en sociedad “tomó” decenas de plazas, reapropiándose y politizando el espacio público, y permaneciendo en él durante meses a pesar de las crecientes amenazas.
Por todas estas importantes afinidades, desde los primeros días personas de las redes antimilitaristas y pacifistas del Estado español, como Alternativa Antimilitarista-MOC, se han integrado en las redes del movimiento 15M y han aportado su experiencia tanto en el terreno del funcionamiento asambleario y en grupos de afinidad, como el de la práctica de la desobediencia civil. Los talleres participativos han sido la forma principal de intentar trasmitir esos saberes prácticos, y así, durante los últimos meses se han organizado en el ámbito del 15M decenas de talleres de acción directa noviolenta y desobediencia civil con una participación que ha superado con creces las expectativas previas. La finalidad de estos talleres es bajar el listón para que los grupos del 15M tengan la desobediencia civil y las acciones directas noviolentas dentro de su caja de herramientas. En los talleres no solamente presentamos estas formas de acción política colectiva organizada como herramientas eficaces, legítimas y éticamente fundamentadas, y les damos profundidad histórica, sino que además mostramos el cómo organizar y cómo organizarnos en una acción o campaña de desobediencia civil de manera que las personas participantes salgan fortalecidas individual y grupalmente.
Esta bifurcación en la que se encuentra el movimiento en lo que respecta a los métodos de lucha es uno de los retos a los que se enfrenta en los próximos meses. O bien perseguir formas convencionales e incluso electorales de actuación, o bien radicalizar las formas de acción dentro de la noviolencia y optar decididamente por una elevación del tono del conflicto a través de la desobediencia civil. Actualmente parece que ambas vías coexisten, con un grueso sector del movimiento apostando por exigir una reforma de la ley electoral que la haga más equitativa, y otro ocupando edificios abandonados para acoger a familias desahuciadas. El nuevo escenario tras la mayoría absoluta del PP en las recientes elecciones generales y sus previsibles políticas de nuevos ataques a los derechos sociales y aumento de la militarización, probablemente vuelque la balanza del lado de la desobediencia civil.
Otro de los retos tiene que ver con la transmisión de las experiencias de lucha previas al movimiento 15M. Despreciar la riqueza que contienen estas experiencias es un lujo que ningún movimiento puede permitirse, y hasta el momento, el 15M ha adolecido de una especie de “adanismo” provocado por la presencia de muchísimas personas que han entrado en contacto por primera vez en el movimiento con la acción política de base, y carecen casi completamente de referentes de movimientos transformadores. Así, parece que el 15M lo ha inventado o lo tiene que inventar todo, ignorando que el legado de experiencia organizativa y de acción de muchos movimientos sociales de base. En ello tienen su parte de responsabilidad desde luego los propios movimientos sociales, que han reaccionado en algunos casos con cierta incomprensión respecto al 15M, solamente fijándose en su supuesta ingenuidad y carencias de discurso, como si se tratara de una organización o movimiento al uso, ya formada y estable, cuando es precisamente todo lo contrario: proceso, mutación permanente, “melting pot” y ensayo de una democracia que merezca ese nombre.