Todo lo que querías saber sobre la objeción fiscal al gasto militar

Compartir

TODO LO QUE SIEMPRE QUISISTE SABER SOBRE LA OBJECIÓN FISCAL AL GASTO MILITAR (Y NUNCA TE ATREVISTE A PREGUNTAR)

Carlos Pérez Barranco, Antimilitaristes-MOC València

Publicado en la revista del Ateneo Al Margen (primavera de 2025)

Como reza el lema antimilitarista, imagínate que hay una guerra y no va nadie. Y ahora, derivándolo un poquito, imagínate que preparan una guerra y no la paga nadie. O mejor, no hace falta que imagines nada, porque lo tienes todos los días en la actualidad: no es que hayan dejado nunca de preparar la guerra, pero los elefantiásicos 800.000 millones con toda clase de facilidades financieras de Von der Leyen para rearmar Europa, el 3% del PIB de gasto militar exigido por el secretario general de la OTAN, los anuncios de (re)crecimiento de las partidas militares de Macron, Starmer, Sánchez et al., están produciendo un clima belicista desconocido desde hacía décadas. Y para que tampoco tengamos que simplemente imaginar la segunda parte del adagio antimilitarista, llega como todos los años con la primavera astronómica, la veterana propuesta de los grupos y movimientos contra guerra a las personas contribuyentes: la objeción fiscal al gasto militar.

O formulado de una forma más directa: si no quieres la guerra, no la pagues; desarma tus impuestos, o ni un céntimo para el ejército, que son los lemas que han acompañado a esta persistente campaña. Una propuesta desobediente vigente año tras año, desde 1982 al menos, cuando el primer gobierno del PSOE se embarcó en “modernizar” los aviones de guerra españoles con el programa FACA y la compra de F-18, y la por entonces Asamblea Andaluza de Noviolencia lanzó un llamamiento a la desobediencia activa a contribuir al gasto militar a través de la declaración del Impuesto de la Renta de las Personas Físicas.

En la práctica se traduce en pocas palabras en alterar la declaración normal introduciendo una deducción por una cantidad determinada (que desde hace algunos años se deja en manos de la persona objetora) que se desvía hacia un proyecto o asociación que proyecte un horizonte diametralmente opuesto al imaginario militarista. La acción se completa con el envío de una carta-declaración dirigida al Ministerio de Hacienda, en la que la persona objetora expone los motivos y el fin de su decisión, para conjurar así cualquier acusación de fraude o de actuar en beneficio propio. El procedimiento concreto es muy sencillo y se puede encontrar explicado con detalle en multitud de sitios web y folletos de los colectivos antimilitaristas y afines que promueven la campaña todos los años. En el caso de la campaña de València, se puede consultar la página web de nuestro grupo en la dirección de internet mocvalencia.org, o por supuesto si es necesario no dudes en contactar con nuestro grupo para concertar un asesoramiento personal.

Como buen acto de desobediencia civil, es un gesto abierto y público, pues no se esconde sino que se declara abiertamente, y con un fuerte componente simbólico y pedagógico, una acción individual que relata en lo micro la propuesta de cambio social que quiere trasladar a la sociedad: desarmemos la maquinaria militar de la guerra y el concepto de seguridad ligado a esta, estatista y violenta, para construir una alternativa basada en la idea de seguridad humana, que defienda y conquiste derechos y libertades, que proteja la naturaleza, sin delegaciones, desde la base social, mediante la noviolencia.

Pero es también simbólica (y hay que decirlo para que nadie se lleve a engaño) en el sentido de que la persona objetora con su acción concreta no está quitando realmente ni un euro del presupuesto militar, puesto que siendo la objeción fiscal una postura obviamente no reconocida por Hacienda, la recaudación de todos los contribuyentes (incluyendo a quienes hacen objeción fiscal) que llega a la caja común es repartida sin excepciones según los Presupuestos Generales del Estado vigentes, incluidas las partidas de naturaleza militar. Así que la acción desobediente se queda ni más ni menos en el terreno de un potente grito de “ninguna guerra, ningún ejército” dirigido directamente a quien reparte el pastel y establece las prioridades, que no es poca cosa. Mucho más transformador, nos gusta pensar en la escena antimilitarista, que las muy dignas y muy necesarias también manifestaciones públicas de indignación contra el inédito delirio belicista que se multiplican estas semanas.

Entre los deseados efectos de una buena campaña de desobediencia civil se cuenta también la apertura de debates amplios que puedan dar un vuelco a los consensos fabricados con los que nos obsequia el poder. En el caso de la objeción fiscal al gasto militar esto se habría traducido en situar en la agenda pública un discurso crítico al menos contra las dimensiones de militarización de las cuentas estatales sino contra su mera existencia, o hablando en plata, contra el gasto militar. Creo que no es exagerado afirmar que la actualidad de esta crítica en movimientos, grupos, organizaciones y medios alternativos, progresistas o no tanto, en ellos últimos diez o quince años tiene bastante que ver con la un tanto sorda pero constante y machacona insistencia de la campaña de objeción fiscal antimilitarista.

Todo ello sin soslayar la insustituible labor de disección de las cuentas estatales y los valiosos informes de centros de investigación para la paz como el Centre Delàs o colectivos como Alternativas de Defensa o Juan Carlos Rois, que proveen al activismo pacifista y antimilitarista de la munición (con perdón) necesaria para sus campañas y acciones. Gracias a sus informes sobre gasto militar, financiación de la industria militar, etc., venimos sabiendo desde hace muchos años varios hechos incontestables. Primero que, aunque las alarmas estén saltando estas semanas con razón, el gasto militar lleva 25 años creciendo sin descanso y que ha sido curiosamente en los años de los gobiernos “más progresistas de la Historia”, cuando se ha producido el aumento más dramático, con por ejemplo un crecimiento del presupuesto de solo el M. Defensa del 23,4% en un solo año de 2022 a 2023, siendo el gobierno que más inversiones militares ha dedicado en cuarenta y cinco años.

Segundo, que los datos de gasto militar (o “de defensa”, como les gusta llamarlo ambiguamente a los voceros de las élites militaristas) es un auténtico juego de trileros. Los gobiernos desinforman a la opinión pública hablando de gasto “de defensa”, pero solo se refieren al presupuesto del Ministerio de Defensa, ocultando, camuflando sería la palabra más adecuada, las partidas de naturaleza militar presupuestadas en otros muchos ministerios que han llegado a ser incluso 12 de 13 ministerios. Este juego de trileros se hace incluso pasando por alto el criterio contable, no de las aviesas organizaciones antimilitaristas, sino el de la mismísima Alianza Atlántica, que incluye la seguridad social y pensiones militares, la Guardia Civil, y los créditos de I+D concedidos, regalados se podría decir, a las multinacionales del armamento para producir nuevas máquinas de matar para las Fuerzas Armadas españolas. Produce una sensación extraña en el estómago que ahora sea el propio Sánchez quien quiera embaucar a la OTAN decidiendo incluir de repente todas estas partidas siempre “camufladas” para intentar convencer ahora a sus aliados de que está haciendo sus deberes. De esta manera, de repente, el gasto militar español ya está desde 2023 por encima del famoso 2% del PIB, en el 2,17% del PIB si se incluyen los intereses generados por la deuda contraída en las cuentas estatales: 27.617 millones de euros en 2023, 28.935 millones en 2024… O en cifras quizás más aprehensibles, unos 76 millones de euros diarios, unos 600€ per cápita. Produce no sé si vértigo o náusea contemplar estas cifras pensando a la vez qué cantidad de carencias y necesidades socialmente sentidas como apremiantes podrían ser atendidas con solo una fracción de estas cantidades.

Un tercer hecho que se puede extraer del análisis del gasto militar es que las Fuerzas Armadas siguen siendo una institución intocable que hay que apoyar sin ambages con independencia del color del gobierno de turno, y un cuarto, pero no el menos importante, es que si las cuentas públicas contenidas en los PGE son la plasmación de las prioridades reales de los poderes públicos puesto que los números y los millones de euros no mienten, entonces es evidente a la luz de lo comentado anteriormente que la apuesta por la preparación de la guerra y la violencia armada como forma de abordar los conflictos sigue teniendo una altísima prioridad en las políticas internaciones que diseñan sus señorías.

Sobre todas estas cosas y más queremos atraer la atención con la objeción fiscal al gasto militar, una campaña de desobediencia civil con unas consecuencias legales de tan baja intensidad que casi podríamos decir que se encuentra hoy por hoy más bien en el terreno de lo “alegal” que en la ilegalidad. En efecto, la Agencia Tributaria, en caso no improbable pero tampoco seguro que detecte nuestra acción (y mira que se lo ponemos fácil con nuestra carta), la trata como un error y simplemente exige que paguemos la cantidad detraída. Un error y no una infracción sancionable, cambio sustancial que se produjo a raíz de la sentencia en 2006 del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, que anulaba la sanción que le había impuesto la Agencia Tributaria al objetor fiscal Joan Surroca, al estimar parcialmente su recurso. A partir de entonces se abre ante la persona objetora fiscal un incierto camino de alegaciones a Hacienda que, hoy por hoy, tiene escasas opciones de éxito. Así que la peor de las consecuencias de la objeción fiscal es esa, que Hacienda la detecte y acabemos teniendo que pagar, al principio o al final de la vía administrativa, la cantidad que ya habíamos desviado. En cualquier caso, como repetimos siempre desde los grupos que la promovemos, lo importante no es esto, sino la dimensión política y colectiva como acto de resistencia a la preparación de la guerra que consigamos insuflar a la objeción fiscal.

Y sin embargo, a pesar de su escasa complejidad y de la baja respuesta represiva de la Administración, tras más de cuarenta años de estar a disposición de estar a disposición de quienes aspiran a abolir la guerra, esta herramienta de transformación social sigue en un estado embrionario, a rebufo de la movilización social, creciendo en momentos como las protestas masivas contra la guerra de Iraq o el 15M. Puede que hoy en este clima de máxima atención mediática sobre los pilares económicos de la guerra, por fin haya llegado el momento estelar de la objeción fiscal al gasto militar, y que a la avalancha de declaraciones, manifiestos y posicionamientos críticos, siga una avalancha también de objetores y objetoras fiscales que pongan en primer plano los puntos de vista antimilitaristas en el debate social, que miles de personas tomen en su mano esta herramienta y afirmen de esta manera un mundo en el que el creciente censo global de genocidas (uno caído recientemente y lo celebramos), criminales de guerra, imperialistas varios, sátrapas, autócratas, trileros y señores de la guerra, que hacen de este planeta un lugar cada vez más peligroso, no tengan cabida nunca más.

Esto es la objeción fiscal al gasto militar y estás todo el mundo invitado.