Siria, la guerra contra el terror y la «salafifobia» de la izquierda

Compartir

Ramah Kudaimi, Publicado en Muftah Magazine, 31 de julio de 2017

Las protestas espontáneas y masivas contra la prohibición de entrada a musulmanes del presidente Donald Trump fueron una muestra inspiradora de solidaridad entre los no musulmanes y los musulmanes estadounidenses. Sin embargo, por muy alentador que ha sido el revuelo público contra esta política draconiana, esto contrasta fuertemente con la falta de apoyo público que los musulmanes han recibido durante los últimos quince años de la llamada «Guerra contra el Terror».

Durante más de una década y media, la Guerra contra el Terror ha devastado comunidades por todo el mundo mediante diversas invasiones y ha realizado incesantes campañas de bombardeo en siete países de mayoría musulmana: Afganistán, Irak, Pakistán, Yemen, Somalia, Libia y Siria. También ha resultado en asesinatos extrajudiciales, torturas y ataques contra la comunidad musulmana estadounidense a través de la vigilancia, el encarcelamiento y las políticas de Lucha contra el Extremismo Violento del FBI, que esencialmente criminalizan a los musulmanes.

Desde que asumió el cargo, el Presidente Donald Trump se ha ampliado la Guerra contra el Terror, particularmente en Yemen, Afganistán, Irak y Siria. Sólo en marzo, por ejemplo, la campaña dirigida por Estados Unidos «contra el terrorismo» se ha cobrado la vida de unos 1.782 civiles en Siria e Irak, convirtiéndose en uno de los meses más mortíferos desde que Trump llegó a ser presidente.

Para combatir verdaderamente la islamofobia y simpatizar con las luchas de los musulmanes, debemos ir más allá de la emoción por las protestas contra el veto de entrada a musulmanes y dirigirnos directamente a la guerra contra el terrorismo. Es imperativo cuestionar las políticas que los musulmanes están sufriendo en Occidente, y hablar de por qué los musulmanes de otros lugares tienen que huir de sus países de origen en primer lugar. Aunque las políticas de Trump son particularmente peligrosas, son simplemente una extensión de la antigua batalla islamofóbica del gobierno estadounidense contra el «terrorismo».

Los progresistas y los izquierdistas que se han levantado durante años contra la Guerra contra el Terrorismo y sus mortíferas políticas están, sin duda, en la mejor posición para allanar el camino a una verdadera solidaridad con los musulmanes a nivel mundial. Desafortunadamente, sin embargo, muchos de estos izquierdistas se dedican a la retórica anti-musulmana, disimulada como crítica del «salafismo» y «wahhabismo», e incluso impulsan campañas que reflejan las agendas islamofóbicas derechistas.

Echando un vistazo a los artículos y relatos de las redes sociales de ciertos periodistas de izquierdas es difícil diferenciar sus creencias de la clase de veneno antiárabe, antimusulman y sionista que destilan habitualmente think-tanks como el Middle East Research Institute (MEMRI). Esto es especialmente así en el caso de Siria, donde el problema que los izquierdistas señalan no es el brutal régimen de Assad y sus aliados rusos e iranís, sino el ‘terrorismo salafista’, un análisis que busca ofrecer una justificación de facto a la ‘guerra contra el terrorismo’ actualmente en marcha en el país.

Expresiones como “yihadistas rebanacuellos» y «extremistas armados» son usadas regularmente para pintar a toda la oposición siria como ‘terroristas’ y proporcionar una especie de legitimación al régimen de Assad, a la vez que se ridiculiza la idea de que existan “rebeldes moderados”. En algunos casos, los grupos rebeldes han sido difamados como ‘islamistas radicales’ basándose en nada más que llevar términos islámicos dentro de sus nombres. Cuando a estos izquierdistas se les recrimina por su fanatismo, insisten en que sus comentarios no son islamofóbicos porque van dirigidos específicamente contra las «ideologías extremistas genocidas» del salafismo y el wahhabismo, como si esto fuera una justificación sensata. En realidad, estas argumentaciones son descaradamente islamofóbicas (incluso cuando se usan fuera del contexto sirio), porque conceptualizan el extremismo como algo que emana específicamente del Islam.

Hubo un tiempo en que periodistas izquierdistas criticaban a los principales medios de comunicación por exagerar la llamada amenaza del «terrorismo islámico», pero hoy muchos de estos mismos individuos parecen enfadados de que no haya más obsesión histérica con grupos como Al-Qaeda en Siria. Esto es particularmente inquietante teniendo en cuenta cuánto de terrible ha sido la guerra contra el terrorismo en Siria recientemente para los civiles en comparación con las acciones emprendidas por las facciones que luchan en el país. Lamentablemente, muchos izquierdistas e islamófobos parecen estar más preocupados con la posibilidad de que «los talibanes» y los «yihadistas salafistas» conquisten Siria y derroquen al gobierno «secular» de Assad, que con la devastación indescriptible causada por el casi constante bombardeo contra civiles de EEUU, Rusia y el régimen de Assad.

Después de que Alepo oriental fuera retomada por las fuerzas del régimen en diciembre de 2016, por ejemplo, muchas figuras populares de la izquierda daban saltos de alegría, alegando falsamente que la Navidad se celebraba allí por primera vez desde que los «salafistas» tomaron el poder. Esto es muy similar a la forma en que los sionistas y otras fuerzas de la derecha han utilizado la difícil situación de los cristianos en la región para impulsar sus agendas anti-musulmanas.

La campaña militar de Assad en Alepo fue indescriptiblemente brutal, pero debido a que los combatientes rebeldes supuestamente estaban sirviendo a una «ideología religiosa extremista», la izquierda se esforzó en desacreditarlos, en lugar de proporcionar una imagen más matizada y realista de la revolución siria y el asedio de casi cinco años a la ciudad. En este contexto, la islamofobia (o quizás la «salafifobia») es la explicación más convincente de por qué estos izquierdistas han caracterizado las creencias religiosas musulmanas como la fuente de la «violencia yihadista» y las trataron como más peligrosas que las innumerables bombas lanzadas por Assad y sus aliados.

Examinemos también la respuesta de la izquierda al horrible ataque químico ejecutado en la ciudad de Khan Sheikhoun en abril. A medida que aparecieron videos de niños ahogándose por los vapores venenosos, la mayoría de la llamada izquierda anti-guerra pensó que era mejor negar complacientemente la responsabilidad de Assad por el desastre y posteriormente acusar a Al-Qaeda, en lugar de movilizar protestas de emergencia para condenar la atrocidad .

No fue hasta que Trump atacó un aeródromo militar sirio el 7 de abril cuando la izquierda «anti-guerra» se mostró visiblemente indignada y organizó manifestaciones mundiales de “emergencia” para exigir a los EEUU “quitar sus manos de Siria». Cuando menos de una semana después Assad retomó el bombardeo a los sirios desde el mismo aeródromo que Trump había atacado, no hubo nada más que silencio por parte de estas mismas coaliciones «anti-guerra».

Éstas son las mismas coaliciones que no han logrado organizar «protestas de emergencia» cuando se trataba de los innumerables ataques que el ejército estadounidense ha lanzado contra los civiles sirios desde septiembre de 2014 (particularmente en las zonas controladas por los rebeldes). Esto incluye el bombardeo de una mezquita llena de fieles en marzo, que el gobierno de Estados Unidos justificó al afirmar que estaban «atacando a líderes de Al-Qaeda». Quizás sea porque los izquierdistas no ven ningún problema en los ataques dirigidos contra «Al-Qaeda» que tuvieron muy poco que decir sobre esta tragedia.

Es difícil no ver esta campaña «anti-guerra» como simplemente una apología islamofóbica del régimen de Assad.

El declive moral de la izquierda

La manera en que se está manejando la cuestión de Siria es sólo una parte de la relación más amplia de la izquierda con la islamofobia. Otro aspecto son los grupos progresistas que están dispuestos a trabajar con políticos que promueven el odio anti-musulmán.

La congresista Tulsi Gabbard se ha convertido en una figura apreciada entre los progresistas desde que se separó del Comité Nacional Demócrata (DNC) y respaldó al senador Bernie Sanders en las primarias presidenciales de EEUU el año pasado. Como ha sido señalado por muchos, Gabbard es en realidad una islamófoba de derecha que admira a líderes opresivos como Narendra Modi en la India y Abdel Fattah El-Sisi en Egipto. Ni siquiera pasa la prueba de fuego de Palestina: Gabbard habló en la conferencia de Christians United for Israel en 2015, está cerca de Sheldon Adelson, y criticó el acuerdo de Irán, exigiendo que Obama se ponga en el lugar de Israel.

A pesar de todo esto, la llamada izquierda ha celebrado a Gabbard como una heroína progresista, y algunos llegan hasta a asociarse con ella para crear una supuesta agenda contra la guerra para Siria.

En enero de 2017, Gabbard introdujo la «Stop Arming Terrorists Act«, que prohíbe la ayuda estadounidense a Al-Qaeda, Jabhat Fateh Al-Sham, ISIS y a cualquier individuo o grupo afiliado a tales grupos de cualquier forma. Hay pruebas claras de que los EEUU no están proporcionando directamente fondos a los grupos designados. Sin embargo, el problema principal de este proyecto de ley es que su lenguaje es tan vago y expansivo que puede utilizarse para perseguir y castigar incluso a grupos desarmados, incluidas las organizaciones humanitarias que trabajan en zonas de guerra, así como a personas con creencias políticas controvertidas. Lejos de coincidir casualmente, la introducción del proyecto fue programado para coincidir con el viaje de Gabbard para reunirse con Bashar Al-Assad en Siria, viaje organizado por un grupo fascista en un esfuerzo por blanquear los crímenes de guerra de Assad.

Varios grupos pacifistas y progresistas apoyaron públicamente el proyecto de ley y el viaje de Gabbard. Veterans for Peace (VFP), cuyo vicepresidente también fue a ver a Assad en Siria en 2016 y regresó proclamando que había una «campaña de guerra psicológica para demonizar al presidente de Siria», lo aprobó. Progressive Democrats for America (PDA) publicaron una carta de sirios agradeciendo a Gabbard su viaje; el equivalente a buscar partidarios egipcios del régimen de Sisi para respaldar una visita a Egipto. United for Peace and Justice (UFPJ), World Beyond War, y Alliance for Global Justice también distribuyeron una petición similar en apoyo de Gabbard.

Irónicamente, UFPJ, VFP, PDA, y otras organizaciones de izquierda han sido muy activas en su lucha contra la islamofobia. Sin embargo, estas posturas no pueden tomarse en serio mientras sigan trabajando con políticos anti-musulmanes, como Gabbard, y promoviendo un análisis y una agenda islamofóbica para Siria.

Realineando la lucha

Los defensores de los derechos humanos que, por ejemplo, luchan con razón contra los intentos de designar a los Hermanos Musulmanes como grupo terrorista, simplemente se desacreditan a sí mismos cuando difaman a los activistas musulmanes como terroristas basándose ​​en las afirmaciones de un régimen brutal y sus partidarios. Esta hipocresía no debería tener lugar en los movimientos antiguerra y pro-humanitarios.

De la misma manera, el supuesto disgusto de la izquierda hacia la decisión del gobierno de Trump de prohibir a todos los refugiados sirios entrar en EEUU no puede ser tomado en serio cuando estos izquierdistas apoyan ruidosamente a políticos como Gabbard para exigir que los refugiados se sometan a revisiones de antecedentes por parte FBI. Cómo se puede afirmar que se es anti-guerra mientras se apoya a un político que apoya la guerra contra el terrorismo y que criticó a Obama por no intensificar la campaña de bombardeos en curso contra «al-Qaeda / al-Nusra en Siria», es algo que está más allá de nuestra comprensión.

No podremos derrotar verdaderamente las políticas destructivas de extrema derecha y la islamofobia estructural si toleramos estas mismas posiciones entre individuos y grupos que se autodenominan progresistas. Ahora es el momento de dejar claro que la izquierda no tolerará el fanatismo anti-musulmán ni siquiera dentro de sus propias filas.