De Herat a Homs: décadas de fervor de la izquierda occidental por las bombas rusas

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Emran Feroz
Traducción del original publicado en Al-Jumhuriya, 11 de abril de 2018

En el entusiasmo de la izquierda por la campaña de bombardeos de Vladimir Putin en Siria resuenan fuertes ecos de la invasión y ocupación soviética de Afganistán, que mató y desplazó a millones de personas, incluidos familiares del autor.

En marzo de 1980, The Sunday Times publicó un artículo sobre los acontecimientos en Kabul titulado “Trucos y terror en el duelo afgano del KGB”. Su autor, Anthony Mascarenhas, un conocido periodista, célebre por su trabajo de investigación sobre el genocidio llevado a cabo por las fuerzas pakistaníes en Bangladés en 1971, era el único reportero occidental en la capital afgana en el momento en que los soviéticos invadieron el país, el día de Navidad de 1979. Entonces comenzó una ocupación que durará casi diez años, y que, como bien describe el titular, estaría dominada principalmente por los trucos y el terror.

Aunque en la actualidad todavía muchos análisis se centran en la insurgencia islamista –los muyahidines–  que entonces fue alentada y ha dominado la política afgana hasta el día de hoy, a menudo los crímenes del régimen comunista de Kabul y sus aliados de Moscú quedan casi olvidados. Sin embargo, el debate sobre esta cuestión no sólo es necesario por los afganos que perdieron la vida durante este período, sino también para abordar los nuevos conflictos mundiales, los marcos de referencia y los debates tal como han evolucionado a partir de aquello.

Tal vez el mejor ejemplo de este tipo de conflicto es la guerra en Siria, que de hecho tiene muchas similitudes con el Afganistán de los años ochenta. En Siria una dictadura brutal ha gobernado el país durante décadas, atacando, encarcelando y asesinando literalmente a sus opositores políticos. Según todos los observadores de derechos humanos dignos de crédito, el régimen de Assad y su principal aliado ruso son responsables de la gran mayoría de los civiles sirios asesinados, que en la actualidad ascienden a unos 500.000 seres humanos, según estimaciones conservadoras.

Por la otra parte, hay diferentes grupos rebeldes sirios, incluidos milicias armadas y extremistas. Algunos de estos grupos disfrutan, o han disfrutado anteriormente, del apoyo de estados extranjeros como Estados Unidos, Turquía, Qatar o Arabia Saudita. De hecho, esto no es nada nuevo, y siempre ha sido un rasgo común a muchas insurgencias a lo largo de la historia. Al igual que en Afganistán, muchos actores globales están involucrados en la guerra en general.

También es bien sabido que muchos rebeldes sirios han cometido graves violaciones de los derechos humanos. Sin embargo, dejando hablar a las cifras, son incomparables a las del régimen de Assad y sus cómplices, lo que no debería sorprender si se tiene en cuenta que los ejércitos de Assad y sus aliados están utilizando la fuerza aérea, mientras que ningún grupo rebelde dispone de medios ni remotamente parecidos.

Durante la ocupación soviética de Afganistán, la situación no era muy diferente. Mientras que la fuerza aérea soviética arrasaba regularmente aldeas enteras, los muyahidines no disponían de nada parecido a esa potencia de fuego, y se vieron obligados a practicar la clásica guerra de guerrillas. Según un informe de la ONU de 1986, 33.000 civiles afganos fueron asesinados sólo entre enero y septiembre de 1985, la gran mayoría a manos del ejército soviético y sus aliados de Kabul. El autor del informe afirmó que los insurgentes también mataron a cientos de civiles, pero que esto no era comparable con la violencia soviética que mató a decenas de miles. También señaló que el régimen comunista de Kabul y sus partidarios en Moscú emplearon una estrategia deliberada y masiva basada en el asesinato y tortura de civiles.

¿Cómo no pensar en el régimen de Assad al leer este análisis? Mucha gente cree que los estadounidenses inventaron la narrativa de la «Guerra contra el terror» después del 11-S. Sin embargo, la lectura de los folletos de propaganda impresos por los comunistas afganos respaldados por Moscú revela lo contrario. «¿Defensores del Islam? No, terroristas», decía uno leído por este autor, publicado por Mahmood Baryalay, un destacado propagandista del régimen, en 1982. El régimen describía rutinariamente como «terroristas» a toda la oposición afgana que se enfrentaba a ellos. Los afganos que se resistieron a la brutalidad del régimen fueron totalmente deshumanizados, a menudo descritos como «agentes imperialistas» que querían destruir Afganistán.

Esto lo advirtió hasta el Politburó en Moscú, que presenció los acontecimientos en Kabul con cierto recelo antes de que comenzara la ocupación. Por ejemplo, como señaló el antiguo archivero de alto rango del KGB, Vasili Mitrokhin, el Politburó no estaba contento de ver a Nur Muhammad Taraki, el autodenominado «Gran Líder de la Revolución» que se convirtió tanto en Presidente como en Primer Ministro tras el sangriento golpe de Estado de los comunista de1978, arrasando Kabul. Taraki consideraba a más de 300.000 mulás tradicionales como un obstáculo para «el movimiento progresista patrio». Torturó y fusiló a muchos líderes religiosos –o los enterró vivos. También ordenó que los miembros de la Hermandad Musulmana y otros grupos fueran inmediatamente asesinados tras su captura. Ideológicamente, Taraki era un fervoroso creyente en el “Terror rojo” que tuvo lugar después de la Revolución bolchevique. «Lenin nos enseñó a ser despiadados con los enemigos de la revolución, y millones de personas tuvieron que ser aniquiladas para asegurar la victoria de la Revolución de Octubre», dijo en una ocasión Taraki, el «Gran Maestro», como lo llamaban los seguidores de su culto dictatorial, a un atónito Alexander Puzanov, entonces embajador soviético en Afganistán.

Sorprendentemente leemos menos sobre personajes como Taraki. En los análisis de la  izquierda occidental sobre Afganistán es como si ni siquiera hubieran existido. En su lugar la atención se centra en los barbudos Muyahidines, los enemigos feroces de las minifaldas y el alcohol. Parece como si, mientras ciertos regímenes brutales garanticen  ambas cosas, todos los crímenes, la tortura en mazmorras tenebrosas y los asesinatos indiscriminados en poblaciones rurales no tengan ninguna importancia.

Esto también tiene obvias semejanzas con el debate actual sobre Siria, donde mucha gente de la izquierda no sólo apoya un régimen brutal y genocida, sino que muestra una islamofobia y un racismo evidentes. Para un número considerable de periodistas, blogueros, activistas e intelectuales, sigue siendo más fácil identificarse con un régimen que está asesinando a su propio pueblo, pero que se declara «antiimperialista», «socialista» o «laico», que con cualquier “cosa” que se defina sí misma como «islámica». Por esa razón, muchos izquierdistas occidentales que acogieron con suma satisfacción la invasión soviética de Afganistán, la justifican hasta el día de hoy –mientras que dicen estar en contra de la actual ocupación estadounidense del país. Siguen hablando de los muyahidines, de Al Qaeda y de la CIA, pero no les agrada mencionar a las decenas de miles de personas inocentes que perecieron en las cámaras de tortura del gobierno comunista de Kabul. En muchos casos, varias décadas después, las familias aún no saben lo que pasó con los suyos.

El periodista irlandés-estadounidense e icono de la izquierda, Alexander Cockburn, una vez dijo lo siguiente sobre Afganistán: «Todos tenemos que partir algún día, pero rogad a Dios para que no acabemos cayendo en Afganistán. Un país indescriptible repleto de gente indescriptible, de follacabras y de contrabandistas, que han proporcionado en sus ratos de diversión algunas de las peores artes y oficios que jamás hayan penetrado en el mundo occidental. No rindo ante nadie mi simpatía por los que han sido postrados bajo la bota rusa, pero si alguna vez un país ha merecido ser violado es Afganistán. Nada más que montañas llenas de pueblos bárbaros con ideas tan medievales como sus mosquetes, e indescriptiblemente crueles también».

De hecho los soviéticos realmente “violaron” Afganistán como Cockburn quería. Durante la ocupación que duró casi un decenio, alrededor de dos millones de afganos fueron asesinados, mientras que millones más, incluidos muchos miembros de mi propia familia, se convirtieron en refugiados por todo el mundo. Generaciones de afganos han sido destruidas, y en términos de radicalización, muchos jóvenes no se unieron a milicias armadas porque la CIA se lo dijera, sino porque fueron testigos de horribles masacres y perdieron a sus seres queridos. Casi cuatro décadas después de la invasión soviética, esta sencilla verdad continúa escapándosele a la izquierda occidental.

Emran Feroz es un periodista y autor afincado en Alemania, y fundador de Drone Memorial, un sitio web que enumera las víctimas de los ataques con aviones teledirigidos. En Twitter: @Emran_Feroz.

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