Miles de personas huyen de la guerra en el noreste de Siria, alrededor de 300.000 abandonan sus hogares; en esta ocasión por los bombardeos aéreos y las embestidas terrestres del ejército turco, llamados, para mayor ofensa, “Operación Manantial de Paz”. Decenas de civiles han muerto por las bombas turcas y las milicias aliadas sirias. Las células de Estado Islámico (ISIS) se han activado y han cometido atentados en diversos puntos de la región. También arriesgan sus vidas quienes sobreviven en los campamentos de población refugiada cercanos (como el de Ein Issa donde viven aproximadamente 13.000 civiles). No hay duda de la devastación que ha desatado la invasión turca ni de la nueva catástrofe humanitaria que provoca. Todo ello se suma a la larga lista de atrocidades cometidas en Siria desde que su presidente, Bashar al-Asad, iniciara la guerra contra su propio pueblo ahogando en sangre la revolución legítima y pacífica que amenazaba su poder.
En los últimos días los gobiernos de EEUU y de Turquía han negociado una tregua de 120 horas con la intención de que las milicias kurdas se retiren de su territorio y el ejército turco ocupe 32 kilómetros hacia el interior de su frontera con Siria. Poco antes, abandonado por su aliado estadounidense, el ejército kurdo y Asad llegaban a un acuerdo, con el visto bueno de Moscú, para contrarrestar el ataque turco, y el ejército sirio entraba en la región donde apenas tenía presencia desde 2012; las Unidades de Protección Popular kurdas volvían al redil aceptando de facto el marco actual de un Estado sirio autoritario centralizado. La llamada autonomía kurda de Rojava se evaporaba. A su vez, activistas contra la dictadura de Siria, que se refugiaban en la región, tanto árabes como kurdas, han comenzado a ser perseguidas.
Personas y colectivos pacifistas y antimilitaristas de todo el mundo estamos viviendo con preocupación el dramático rumbo que puede tomar esta guerra infernal. Queremos llamar de nuevo la atención sobre este conflicto reclamando la defensa de la población civil, de una y otra parte, y alertar de la intensificación del desastre humanitario de Siria tras 8 años de violencia militar que ha dejado tras de sí 11 millones de personas desplazadas y centenares de miles asesinadas. Esta nueva ofensiva, que condenamos con idéntica firmeza que todas las anteriores, inaugura una serie de nuevos conflictos y violaciones de derechos humanos de la población siria, cuya sangre sirve para beneficio de estados extranjeros a los que nada importan sus causas, sus necesidades o sus vidas. En palabras de Yusef, un herrero kurdo al cuidado de su hija herida por una bomba turca, “Es una guerra entre políticos y sin sentido en la que se nos va la sangre a nosotros, los de en medio». El dolor, la impotencia y el desconcierto se entrecruzan con los crímenes, los intereses y las estrategias militares.
De igual manera, denunciamos la hipocresía de la comunidad internacional que parece despertar ante un conflicto enquistado durante años, pero que ha permanecido impasible frente al genocidio del pueblo sirio. Un abandono que comenzó con el silencio abrumador de la sociedad civil mundial tras los brutales ataques que sufrió la movilización noviolenta que afloró en Siria en 2011. Queda demostrado, en todo caso, que los intereses de la comunidad internacional son solo económicos, militares y geoestratégicos, muy alejados de la búsqueda de la justicia y la paz que tanto pregona.
Quienes pueblan la región atacada tienen buenas razones para temer una ocupación del ejército turco, existen precedentes aterradores, como el vivido con el asalto a la ciudad de Afrin, de mayoría kurda. El desplazamiento forzoso de civiles, los saqueos de las propiedades abandonadas, los arrestos, torturas, desapariciones, violaciones y asesinatos no se olvidan. El Estado turco pretende un cambio demográfico de la zona reubicando allí a miles de personas refugiadas de Siria y se teme que esto pueda derivar en una limpieza étnica de la población local kurda. Esta operación provocará aún más divisiones sectarias, xenofobia y resentimiento a añadir a la tragedia siria.
Por su parte, en este juego macabro de la guerra, las milicias kurdas del YPG/SDF también han cometido crímenes inexcusables; su partido único ha reprimido todas las voces opositoras y han atentado contra civiles inocentes, aliándose con algunos de los principales estados responsables del conflicto, como el régimen de Al-Asad, o sirviendo como infantería de EEUU en una “guerra contra el terrorismo” imperial que ha asesinado a miles de civiles en Raqqa, Kobani y también en Mosul. La alianza con criminales no puede dar frutos de justicia y libertad, de esos barros vienen estos lodos.
Las decisiones tomadas estos días, lejos de buscar la pacificación de la zona, responden a las luchas por el control de Oriente Próximo de potencias extranjeras, Turquía, EEUU, la OTAN, Rusia, Irán, Israel, las petromonarquías del Golfo…, junto a la necesidad de Bashar Al-Asad de aferrarse al poder a cualquier precio. El dolor y la desesperación de hoy son el resultado de años de guerras de expansión en alianza con los caudillos locales de turno.
Pero la impunidad y el curso de los acontecimientos también son producto del silencio del pasado. Quienes hoy se lamentan de la violencia contra el pueblo kurdo, al tiempo que aplauden o callan otros ataques, deberían reflexionar profundamente sobre la relación indiscutible de las violencias de todos los bandos de una guerra y responsabilizarse con el fin del sufrimiento de la población civil sea cual sea su origen o el lugar donde viva. El olvido del asalto en curso del ejército ruso y de Al-Asad contra Idlib, donde tres millones de civiles viven en el terror, la negación del uso de armas químicas del régimen sirio contra la población civil, la celebración de los asedios y el bombardeo indiscriminado de ciudades como Alepo, Ghuta y Duma, o la indiferencia ante el entramado de tortura y ejecución a escala industrial de decenas de miles de sirios y sirias organizado por el régimen de Asad, son unos pocos ejemplos de lo que decimos. La solidaridad no puede depender de quién comete los crímenes ni de la procedencia de las víctimas que se provocan.
Por último, denunciamos y exigimos la paralización efectiva de la venta de armas del Estado español a Turquía*, así como al resto de contendientes. España ocupa el séptimo lugar entre los principales exportadores e importadores de grandes de armas. Turquía ha sido durante el primer semestre de 2018 el cuarto mayor comprador de armamento español del mundo, con 162,5 millones, el 9,5% del total, solo por detrás de Alemania, Reino Unido y Arabia Saudí.
Asistimos a un nuevo desastre del horror interminable que es la guerra en Siria. Ojalá, la inacción se convierta en una energía desmilitarizadora que ayude a empatizar con la población civil, padezca quien padezca a los señores de la guerra, y nos reunamos en torno al apoyo a las organizaciones y personas que luchan en Siria pacíficamente por sus libertades y por su futuro.
No a la guerra, ni en Siria ni en ninguna parte
*El 85% de la venta de armas españolas a Turquía corresponden al avión de transporte militar A400M, que instala Airbus en Sevilla y de los que se han entregado ya nueve unidades. A su vez, el astillero público Navantia construye en Estambul, a través de un consorcio hispano-turco del que forma parte, el buque de asalto anfibio LHD Anadolu que será en 2020 el buque insignia de la Marina turca.
Además, en el primer semestre de 2018 España vendió a Turquía munición de guerra por valor de 10,8 millones de euros, también cuenta con un destacamento antiaéreo en la zona y tiene desplegada desde 2015 una batería de misiles Patriot, con 150 militares en la base militar de Incirlik, en territorio turco cerca de la frontera con Siria.